En el escándalo por la espalda desnuda de Miley Cyrus se define algo más que las clásicas acusaciones y censuras que se vierten en las revistas de chismes y farándula, al ser el centro de la polémica una joven actriz representante de todos los modelos morales de la corporación Disney. La sesión de fotografías de Annie Leibovitz para la revista Vanity Fair revela algo más profundo y menos circense. Para alguien quien, desde principios de los setenta ha tomado fotografías de famosos, vestidos, con poca ropa o totalmente desnudos, de reinas, presidentes, cantantes, actrices, bailarines escritores, cantantes y millonarios, el incidente es uno más de la larga lista de reacciones que se generan cuando alguien recuerda lo beneficioso que es para la carrera profesional el ir un poco más allá de un límite contextualizado, definido a partir de las necesidades de poder del momento. Para alguien que recientemente había desplegado toda una serie de escenografías complacientes y fantasiosas, para evocar los personajes de las películas clásicas de Disney, para quien conoce la interioridad de esos límites y el menú de buenas intenciones que lo componen, este fue solo un incidente de normalidad y, de parte de Disney, la dosis de corrección y autocensura necesaria de quien cuida celosamente sus inversiones.Aquí el drama es comprobar que entre más farándula menos compromiso con el riesgo, entre más decadencia menos aporte intelectual. En los últimos años Annie Leibovitz se alejó de cualquier esperanza de seriedad que su compañera sentimental, Susan Sontag, pudiera tener sobre su desenvolvimiento como fotógrafa. Cuentan que la primera vez que Leibovitz habló con Sontag esta le dijo: “Eres buena, pero podrías ser mejor”. Leibovitz incluso admitió que la influencia de Sontag en su vida había sido profunda. Pero ni la autora de Sobre la fotografía, uno de los libros fundamentales –casi una biblia– para la comprensión de los productos de la cámara y la moderna sociedad de la imagen, pudo evitar la atracción de esta gran fotógrafa por las mieles del espectáculo.La gran ironía reside en que Sontag, en uno de sus más famosos ensayos: Notas sobre lo camp, sugería la posibilidad de reconocer a las bajas culturas, lo ‘kitsch’, el gusto medio y legitimarlas desde las esferas académicas. Talvez en esa sugerencia también residía la clave de su amistad con Leibovitz y, por extensión, su complaciente aceptación de sus escenarios versallescos. Claro, es injusto juzgar a las personas a partir de sus relaciones y parentescos. Pero la autonomía entre Sontag y Leibovitz –a pesar de vivir en el mismo edificio y cada una en apartamento propio– se basaba en esa perfecta unión que surge entre el agua y el aceite: en la contradicción surge el complemento. Así, el caso Cyrus no es solo un gaje del oficio. Define la maestría decadente de Leibovitz, la devuelve a sus orígenes, la asocia libremente a las producciones de masa. A Hollywood. El caso Cyrus marca la definitiva despedida de la era Sontag. En el escándalo por la espalda desnuda de Miley Cyrus se define algo más que las clásicas acusaciones y censuras que se vierten en las revistas de chismes y farándula, al ser el centro de la polémica una joven actriz representante de todos los modelos morales de la corporación Disney.
creditos: mileyc-ven
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